La Criatura no era un Monstruo

Cuando pensamos en Frankenstein, lo primero que suele venir a la mente es la imagen de un monstruo enorme, torpe y aterrador. Pero si leemos con cuidado la novela de Mary Shelley, nos damos cuenta de que la criatura no nació mala, sino todo lo contrario: fue un ser sensible, que deseaba amar y ser amado.

Desde el inicio, lo único que quería era compañía y afecto. Primero buscó a su creador, Víctor Frankenstein, pero fue rechazado con miedo y asco. Después intentó acercarse a los humanos: salvó a una niña de morir ahogada, y en lugar de recibir agradecimiento, el padre de la niña lo golpeó brutalmente.

Más tarde, trató de hacerse amigo de los De Lacey, una familia bondadosa, pero apenas lo vieron, lo echaron como si fuera un demonio. En todas esas ocasiones, él no respondió con odio ni con violencia: sufrió en silencio.

El primer crimen de la criatura no fue planeado ni premeditado. Conoció a William, el hermano pequeño de Frankenstein, y lo vio como una posible amistad. Quería un compañero, aunque torpemente. Pero cuando el niño mencionó su apellido, el dolor de haber sido rechazado una y otra vez se volvió insoportable, y en ese momento estalló. No fue maldad pura, sino la sociedad quebrándolo por dentro.



Después, cuando por fin logra hablar y expresar lo que siente, abre su corazón y cuenta sus penas: sus remordimientos, sus deseos de tener a alguien con quien compartir la vida. Sin embargo, nadie lo escucha de verdad. Lo tachan de charlatán, de mentiroso… ¿por qué? ¿Porque es feo? ¿Porque no cumple con lo que entendemos por “belleza”?

La pregunta que Shelley nos deja es dura: ¿solo amamos lo que es bello por fuera? La criatura tenía más ternura y sensibilidad que muchos humanos, pero el mundo prefirió juzgarlo por su rostro, no por su alma.

En realidad, si lo pensamos bien, la criatura fue bondadosa de principio a fin. Fue la sociedad, con sus prejuicios, la que lo empujó hacia la violencia. El verdadero monstruo no está en su piel, ni en sus cicatrices: está en los ojos que lo miraron con desprecio, en los corazones que le negaron cariño, en la cobardía de Frankenstein que nunca asumió su responsabilidad.

Shelley nos muestra así una gran verdad: lo feo no está en el cuerpo, sino en la manera en que tratamos a los demás. Y la criatura, en lugar de ser vista como un monstruo, debería ser recordada como lo que fue: un ser que solo buscaba amor, y al que la crueldad de la sociedad convirtió en leyenda de horror.


Comentarios

  1. Excelente, Sad. Como se mencionaba en la sesión el mostruo fue su creador.

    ResponderBorrar
  2. Bonita y profunda y verdadera reflexión

    ResponderBorrar
  3. Excelente innterpretacion de esta obra que nos hace pensar cuales son los limites de la ciencia

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas populares